domingo, 1 de diciembre de 2013

Escobar: un temible Robin Hood responsable de cientos de muertes

A 20 años de su muerte, la figura del mítico jefe del Cartel de Medellín, amado por los antioqueños más pobres y odiado por muchos otros colombianos, es ineludible a la hora de contar la historia contemporánea de Colombia, que todavía trata de salir del lugar internacional en que la ubicó ese paradigma de la violencia y el poder desmedido.


colombia hoy


“Entre todo lo que poseo hay algo que me enorgullece más que mi propia voz, es algo que traje conmigo y quiero mostrárselos, es esto: mi pasaporte colombiano; esta es la más dulce de mis pertenencias y adonde quiera que vaya lo muestro con mucho orgullo, así: ‘Señores de migración, soy colombiana ¿me deja pasar?’”, decía a fines de los ’90 una jovencísima Shakira que ya era la máxima artista internacional de Colombia y levantaba el aplauso del público.


La cantante, por entonces con el pelo castaño y con frizz, estaba poniéndole el cuerpo al trabajo de hacer que su país dejara de ser sinónimo de narcotráfico y violencia. Un lugar donde lo puso, entre otros, Pablo Escobar Gaviria, en tanto ícono de una parte de la tragedia colombiana. La cantante aún no lo ha coseguido del todo, pero algo ha mejorado.


Escobar fue uno de los fundadores del Cartel de Medellín. Un hombre poderoso que se hizo desde abajo en el delito. Robaba automóviles y trabajaba como matón a sueldo del contrabandista Alfredo Gómez López, pero lo suyo no era la relación de dependencia.


Comenzó a gestar su imperio como reducidor de objetos robados y con el contrabando en pequeña escala. En poco tiempo se introdujo en el tráfico de estupefacientes, primero con la marihuana y luego pasó a la cocaína. En 1976, cuando tenía 27 años, fue detenido con 19 kilos de cocaína pero fue sobreseído.


Comprendió rápidamente que para crecer necesitaba un paraguas político. Sabía que para negociar con el poder tenía que tener una base de poder propia, ser él mismo un político. Necesitaba seguidores y fue a buscarlos a donde ningún dirigente tradicional lo hacía: entre los más pobres.


Medellín es una bella ciudad entre montañas. En esas laderas, a las que ahora llegan el metrocable y las escaleras eléctricas, estaban los más pobres, los que no tenían nada. Escobar decidió invertir parte de sus ganancias, que ya eran muy importantes, en beneficios para esa gente. Una especie de Robin Hood antioqueño que ocupaba el papel del Estado ausente.


Levantó un barrio de 780 viviendas unifamiliares que se bautizó como Medellín Sin Tugurios pero se conoció más popularmente como “el barrio de Pablo Escobar”. En unas laderas hizo instalar agua corriente, en otras edificó escuelas y también hizo construir cerca de 50 canchas de futbol.


Levantó un barrio de 780 viviendas unifamiliares que se bautizó como Medellín Sin Tugurios pero se conoció más popularmente como “el barrio de Pablo Escobar”.


Miles de beneficiados comenzaron a idolatrarlo y le dieron la base para ser electo teniente de alcalde del Ayuntamiento de Medellín y luego, en 1982, suplente a la Cámara de Representantes (diputados) del Congreso Nacional.


Escobar era ambicioso y no tenía escrúpulos. Paternalista con su base electoral y temible a la vez, impuso en Medellín una modalidad de negociación a la que llamó “la ley plata o plomo”, según la cual funcionarios, policías y militares tenían dos alternativas: o aceptaban sobornos para hacer lo que quisiera o eran asesinados a balazos.


Para ese entonces ya había fundado la organización paramilitar Muerte A Secuestradores (MAS), para forzar a la guerrilla del M-19 a liberar a Martha Nieves Ochoa, hija de uno de los capos del Cartel de Medellín, que finalmente sería liberada tras una serie de asesinatos.


Esas prácticas hicieron que lo expulsaran del Nuevo Liberalismo que conducía Luis Carlos Galán, a quien mandó a asesinar en 1989, cuando era candidato a presidente. No obstante, Escobar fue electo senador por el movimiento Alterntiva Liberal.


Ya era una figura política influyente. Le gustaba ser parte del poder y consiguió que lo invitaran a la asunción del presidente del gobierno español, Felipe González, el 2 de diciembre de 1982. Fue su regalo de cumpleaños, pues el día anterior había cumplido 33.


Pero la política y su actividad como narcotráficante a gran escala, con la que amasaba una fortuna que llegaría a ser la más grande de Colombia y que lo ubicaba entre las personas más ricas del mundo, eran incompatibles. La prensa comenzó a develar lo que se escondía detrás de su figura y el Congreso, luego de los cabildeos de rigor, le quitó la inmunidad parlamentaria. Pasó de político influyente a delincuente perseguido, aunque, “ley plata o plomo” mediante, mantuvo robustos vínculos con el poder.


En 1983 la DEA lo rotuló como narcotraficante y Estados Unidos pidió su extradición. El gobieno de Belisario Betancur aceptó el pedido y Escobar, que ya estaba en la clandestinidad, le declaró la guerra al Estado colombiano.


Entre otras acciones, el “zar de la droga” ordenó un atentado terrorista contra un avión de Avianca en el que suponía que viajaba el presidente César Gaviria. El mandatario no estaba a bordo pero la explosión del Boeing 727, a poco de despegar el 27 de noviembre de 1989 con destino a Cali, mató a 107 personas.


Sobre él también pesan acusaciones de haber ordenado los asesinatos de Guillermo Cano, director del diario El Espectador; Rodrigo Lara Bonilla, ministro de Justicia de Betancur, y Luis Carlos Galán, candidato a presidente en 1989, entre muchos otros, así como de haber organizado una industria delictiva responsable de miles de muertes en Colombia.


Mientras tanto, la historia mítica que se cuenta de él afirma que solía burlarse de las autoridades manejando un colectivo en pleno centro de Bogotá y que siguió ayudando con dinero y obras a los sectores más pobres de Medellín hasta que fue abatido en la capital colombiana el 2 de diciembre de 1993, un día después de que cumpliera 44 años. Tal vez por eso, aún hoy es posible encontrar en las tiendas remeras con su foto sobre la leyenda “El Patrón”.



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