lunes, 23 de diciembre de 2013

La muerte de León Ferrari pone en foco una obra extraordinaria

Con la muerte de Leon Ferrari -el 25 de julio pasado- este año se puso en perspectiva una obra extraordinaria, que suscitó en el público admiración o rechazo pero nunca indiferencia a través de una actitud provocativa y de denuncia contra el poder en todas sus vertientes, y su crítica demoledora a la Iglesia Católica.


ferrari


Inclaudicable en sus convicciones, Ferrari estaba considerado al momento de su muerte uno de los cinco artistas plásticos más provocadores e importantes del mundo por el diario The New York Times.


Ferrari obtuvo un gran reconocimiento a partir de “La civilización occidental y cristina”, su trabajo más emblemático: ese Cristo crucificado sobre la maqueta de un avión bombardero  estadounidense, rechazado en 1965 para el Premio Di Tella y que obtuvo en 2007 el León de Oro en la Bienal de Venecia.


Otra obra significativa es una instalación dentro de una jaula con excrementos de palomas sobre una reproducción del fresco “Juicio Final” de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina del Vaticano.


León nació el 3 de septiembre de 1920, hijo de Susana del Pardo y Augusto Ferrari, un artista italiano, pintor de frescos en Turín y constructor y decorador de iglesias en Córdoba y Buenos Aires. “No sé si lo que hago tiene que ver con que mi padre haya construido iglesias”, decía el artista.


Aunque nunca cursó la carrera de Bellas Artes, en 1946 pintaba  retratos y dibujaba cuadros de flores, lo que no fue impedimento para recibirse de ingeniero. Casado con Alicia Barros Castro, se trasladó con su familia a Italia y allí surgieron sus primeras piezas artísticas en cerámica; aunque tiempo después regresó a Buenos Aires donde se dedicó a su profesión.


De nuevo en Italia, en 1962, alquiló un taller en Milán, hizo dibujos abstractos, la ilustración de un libro del poeta Rafael Alberti, así como maderas talladas, estructuras de alambre retorcido y escrituras deformadas, casi ilegibles.


Uno de los primeros trabajos de arte conceptual lo constituyó “Cuadro escrito” (1964) y en 1966 dio vida al collage literario “Palabras ajenas”, de más de cien personajes “que condensa la violencia de Occidente a través de frases sacadas de libros, revistas o diarios de personajes como Hitler, Dios, Pablo VI, Johnson, etcétera”, contó el propio Ferrari.


Otros trabajos son “Homenaje a Vietnam” -escribió además una obra de teatro sobre las atrocidades de esa guerra que duraba 24 horas en escena-, “Tucumán arde” (1968) y “Malvenido Rockefeller” (1969).


En 1976, reunió un grupo de noticias sobre la represión militar en Argentina para una serie denominada “Nosotros no sabíamos”, frase utilizada por una parte de la sociedad ante las desapariciones y la violencia de aquellos años de plomo.


Durante la última dictadura se exilió en San Pablo, Brasil -allí supo de la desaparición de Ariel, uno de sus tres hijos-, e incorporó a su obra el videotexto, las heliografías, el libro de artista, los instrumentos musicales. Sólo después de la guerra de las Malvinas pudo retornar a Buenos Aires.


Ferrari exploró nuevos territorios artísticos como los collages, en los que se mezclan la iconografía católica con el erotismo oriental.


En los años 90 copió una serie de poemas de Borges en braille sobre fotografías de desnudos y fragmentos de la Biblia, también en braille, esta vez sobre imágenes religiosas. En 2012 el Malba  presentó una exposición del artista con una selección de 70 obras de estas series poco conocidas.


En 1997, Ferrari le escribió al Papa Juan Pablo II con el objeto de pedirle “la anulación del juicio final y de la inmortalidad, así como el desalojo y demolición del infierno”.


“La idea del infierno -dijo en una entrevista- se ha convertido en real para miles de millones de personas que piensan que aquel que no piensa de una manera determinada será castigado. Creo que esa intolerancia es el origen de una gran cantidad de conflictos y exterminios que se han llevado a cabo en Occidente”.


En el albor del nuevo siglo, el artista redobló su apuesta provocativa y expuso en el Instituto de Cooperación Iberoamericana la muestra “Infiernos e idolatrías”, que fue recibida entre la admiración de sus seguidores y la intolerancia de grupos de la derecha católica, reunidos frente a la puerta para rezar al rosario y lanzar una granada de gas lacrimógeno.


Esta actitud se exacerbó con la retrospectiva de su obra,  realizada en el Centro Cultural Recoleta a fines de 2004, donde el famoso Cristo crucificado tuvo un lugar preponderante.


Las críticas de los sectores conservadores, las del entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, la ruptura de algunas obras y amenazas constantes hicieron que Ferrari decidiera concluir la muestra antes de febrero de 2005 como estaba previsto.


En 2009 el MoMA mostró una retrospectiva suya (que después fue a  España, al Reina Sofía) junto a la brasileña Mira Schendel: ambos compartían el interés por la vertiente artística del lenguaje. Y en 2010 recibió el Premio al Mejor Artista Internacional vivo por sus obras en la feria de arte contemporáneo de Madrid ARCO.


En la ex ESMA, allí donde fue detenido y desapareció su hijo Ariel, hoy Centro Cultural Haroldo Conti, tuvo lugar en marzo de este año su última muestra, Taller Ferrari, con 500 piezas reveladoras de su universo creativo.



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