La cicatriz nacionalista que dejó la pérdida de Crimea a manos de Rusia y el temor a una guerra en el este del país, provocaron que el próximo domingo los ucranianos vayan a votar para cumplir con un trámite, en el que no importa tanto el resultado sino volver a tener un presidente elegido en las urnas.
Por eso, excepto por unos pocos carteles de publicidad en el centro de la ciudad y un número mayor pero no abrumador en el resto de Kiev, la calle es indiferente a la campaña presidencial y a la politización de una sociedad que hace unos meses se levantó en masa en la capital y derrocó al anterior gobierno pro ruso.
Otra aparente contradicción es que mientras los kievitas se muestran apáticos a cuatro días de los comicios, el último sondeo del Instituto Internacional de Sociología de Kiev pronosticó que un 80% de los electores irá a votar, una cifra llamativamente alta en un país donde el voto no es obligatorio.
Este aparente sinsentido recién se entiende cuando se presta atención a la lectura de la realidad que domina hoy en Kiev, promocionada por el oficialismo y sus aliados, las potencias occidentales.
“Es muy importante realizar elecciones, porque si no lo hacemos, el país se hundirá en el caos. La gente creerá que los mecanismos legales no funcionan y que la ley no resuelve nada”, explicó esta semana el analista ucraniano Alexander Solontay, a un diario oline financiado por el Comando Europeo estadounidense, el equivalente a la Cuarta Flota norteamericana en el Viejo Continente.
El primer ministro polaco, Donald Tusk, exhibió el mismo tono dramático cuando pidió que la Unión Europea (UE) se movilice para garantizar las elecciones de este domingo, que podrían peligrar en algunas ciudades de las dos provincias del este del país cuya independencia fue proclamada este mes por grupos armados.
“En los próximos días o meses se decidirá el destino de Ucrania. Por eso quiero movilizar a la UE y a la OTAN ante el riesgo de que el Estado ucraniano colapse o, al menos, sufra una muy dolorosa división”, sostuvo esta semana el líder del país vecino.
Ante el temor a una nueva avanzada militar rusa, como la que terminó con la rápida anexión rusa de la península de Crimea en marzo pasado, o de una guerra civil con los rebeldes en el este del país, los candidatos con posibilidades se redujeron a tres millonarios, pese a la desconfianza popular que rodea a los oligarcas desde la caída del bloque soviético.
El favorito indiscutido es el séptimo hombre más rico del país, Petro Poroshenko, y los dos candidatos que se disputan un posible balotaje son la ex primera ministra condenada por corrupción, Yulia Timochenko, y Serhiy Tihipko, un hombre con una fortuna superior a 360 millones de dólares.
Hasta algunos referentes sociales de la izquierda dicen que votarán por ellos.
“Ahora estamos en un estado de guerra…Hoy la elección que tenemos que hacer en las urnas es entre los nacionalistas (extrema derecha) y los oligarcas, y nosotros elegimos a los oligarcas”, explicó a Télam Anna Hutsol, la feminista que en 2008 creó en Ucrania el movimiento Femen, famoso por protestar, muchas veces sin ropa, en países como Rusia, Túnez y Ucrania.
Según su visión, de las protestas que derrocaron al presidente pro ruso Viktor Yanukovich en febrero pasado surgieron dos sectores que hoy comparten el poder en Kiev.
Por un lado, “los nacionalistas, los movimientos de extrema derecha. Son antifeministas, homofóbicos y tienen una mentalidad muy militarista, en la que no hay lugar para las mujeres. Como en la guerra, los hombres siempre deben estar en la primera línea de la política”.
Y, por otro lado, agregó, están “los oligarcas que no son otra cosa que los típicos ricos. Tienen sus mansiones en Europa y quieren mantener buenas relaciones con esa región”.
“Hoy el interés de los oligarcas coincide con el del pueblo ucraniano”, concluyó la activista, que se define como una persona de izquierda. En otras palabras, agregó, “todos contra (el presidente ruso Vladimir) Putin”.
Desde un café cercano a la Universidad Técnica Nacional de Kiev, una de las instituciones educativas más prestigiosas del país, el sociólogo Volodymir Ischenko no esconde su frustación, exasperación y, por momentos, su bronca.
“En el sentido tradicional, estas elecciones no importan. No traerán cambios para el país, los candidatos son todos populistas sin programa político. Aquí todos están pensando en la posibilidad de una guerra en el Este y, la verdad, el conflicto no podría haber llegado en un mejor momento para este gobierno”, señaló en diálogo con esta agencia el analista y profesor.
“Uno de los principales problemas es que todos, aún la izquierda, hablan del imperialismo ruso, pero nadie habla del imperialismo de Estados Unidos y la UE”, advirtió, en referencia a la receta neoliberal del FMI adoptada por actual gobierno interino.
“Las protestas de Maidan no fueron una revolución, como se dice, sino una rebelión popular contra un presidente. No hubo demandas económicas claras. Pero una política de austeridad va a profundizar el empobrecimiento de los sectores medios y bajos y el escenario está listo para un nuevo levantamiento”, agregó.
A diferencia de Hutsol, para Ischenko no existe un enfrentamiento entre oligarcas y la extrema derecha.
“Los aliados de los oligarcas en el gobierno interino reclutaron a la extrema derecha para crear milicias que vayan al Este a pelear contra los separatistas. Las policías locales están sobrepasadas y nuestro ejército es un ejército de conscriptos, muchos de ellos oriundos del Este”, explicó.
“Hoy las autoridades, los oligarcas, necesitan más a la extrema derecha de lo que ella los necesita”, agregó.
En conclusión, tras una campaña profundamente gris, el trámite el próximo domingo será elegir en las urnas a un presidente, sin importar su proyecto político y económico, que tenga la legitimidad suficiente para derrotar a las milicias en el este del país y hacer frente a Rusia.
El temor a una guerra torna la elección ucraniana en un mero trámite Anunciate GRATIS en nuestros clasificados
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