Esa noche, os aseguro que no salí de fiesta. Lo recuerdo perfectamente porque decidí quedarme en casa para ver una película que, aunque ya la había visto un par de veces, me apetecía descubrir una vez más. Se trataba de Martín Hache; confieso que estoy enamorado de Cecilia Roth. Como actriz claro.
Lo único que quedó sobre la mesa después de acabar de cenar fue la botella de vino que había descorchado, una copa, una cafetera descafeinada y una taza.
Al acabar la película, preferí irme a la cama con la intención de propiciar algún sueño fantástico.
Y así fue. Soñé que estaba presente en una entrevista al Presidente. No sé por qué razones yo estaba ahí aunque no hacía absolutamente nada. Era el único espectador que ocupaba un asiento, en un lugar estratégico, a una distancia que me permitía ver todo lo que ocurría en la sala que no era muy grande. Sólo podía escuchar, nada más, cosa que, probablemente, ha sido mejor. También podía moverme dentro de la butaca, sin embargo, no sé si hubiese podido levantarme ya que en ningún momento se me ocurrió hacerlo. Tuve la sensación de estar ahí pero como si no lo estuviera.
Hubo preguntas técnicas y otras que, sin duda, son las que muchos ciudadanos hubiesen deseado formular al Presidente, cara a cara. Preguntas cortas, inteligibles, simples, directas, de esas que no es necesario haber cursado ninguna carrera para lanzarlas. Pero eché de menos unas cuantas más de esas que, además, incomodan a su destinatario por ser directas y no andarse con rodeos.
Las respuestas a las cuestiones técnicas planteadas, como muchos hemos tenido la ocasión de oír porque es imposible escuchar, eran: interminables, llenas de tecnicismos, cuando no sin sentido. Algo así como mucho decir para no expresar nada. Sé que sabéis de sobra de qué hablo. Aunque debo aclarar que no tomo como ejemplo la comparecencia de Dolores de Cospedal, cuando nos dejó a todos atónitos con su inconfundible elocuencia, en cuanto a la simulación del despido en diferido de Bárcenas.
Los comentarios para responder a las dudas simples eran ¿cómo diría yo? ¡Asombrosos! Algo indescriptible. De tú a tú. Todo lo contrario a lo mencionado en el párrafo anterior: lo más claro del mundo. Frases cortas de las que daba gusto poder entender sin perderse nada de lo dicho. Aunque fueran varias frases seguidas, era imposible no comprenderlas, no saborear cada una de las palabras que las formaban. Sin embargo, sorprendía el hecho de que esas palabras y esas frases hacían alusión a un mundo ficticio, un mundo increíble que, sorprendentemente, se parece al Paraíso. Una perfección desagradable. Un lugar de oraciones, mucha higiene, aunque rancio y poco más.
De manera que no me sorprendió que, al acabar la entrevista, como para despedirse de Él, todos los asistentes hicieron una genuflexión y se santiguaron.
ENTREVISTA AL PRESIDENTE, QUE LO ACLARA TODO
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